SOBRE LA MUJERABILIDAD Y CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE


"Evita situaciones anómalas, no olvides que tú y los niños sois del grupo considerado vulnerables".

Son las palabras de una madre a su hija, otra madre soltera. Y tras leerlas en whatsapp no sé aún cómo comerlas, mucho menos digerirlas. ¿Dónde radica la vulnerabilidad? ¿A qué situaciones de riesgo estamos expuestos que sean diferentes de cuando mi ex pareja vivía en el domicilio?.
No hay nadie en este mundo cuyas palabras me influyan más que las de mi madre, la única que es capaz de convencerme de que no acuda a una manifestación contra Trump y su prohibición islámica porque las grabaciones de las cámaras londinenses podrían ser utilizadas en mi contra. La advertencia ya está hecha. No creo en el estigma de las mujeres separadas/divorciadas, como no creo en muchos otros, pero si mi madre se pronunciara al respecto, casi inmediatamente me entraría la duda. Es ese complejo de niña pequeña del que no me libro pasada la treintena. Así que de vez en cuando me pienso a través de los ojos de los demás, mujer, negra, de mediana edad, madre, separada, migrante. Un grupo de condiciones que teóricamente me posicionan en la sociedad, en mi sociedad. Algunas condiciones, otras circunstancias. Puedo dejar de ser separada o migrante. Pero condiciones no es sinónimo de condicionantes. Todas esas condiciones tienen más impacto en la gente y en sus interacciones conmigo que viceversa. Bien mirado, sí les condiciona a ellos y no a mí. No he cambiado que yo sepa, bueno, excepto en el hecho de que me inicio como mercancía en el mercado afectivo-sexual o sexo-afectivo, más bien.

Dear Ijeawele, or a Feminist Manifesto in Fifteen Suggestions, Fourth Estate Ltd.


Chimamanda Ngozi Adichie decía ayer, en el Festival de Mujeres del Mundo, que a las mujeres en Occidente se les permite ser sexys pero no sexuales, y en África ni una cosa ni la otra, a lo que siguieron las carcajadas del auditorio. Esto sí que es un descubrimiento para mí. Por eso observo a tan pocas, por no decir casi ninguna mujer de mi entorno cercano hacer chistes verdes en espacios mixtos, caras y actitudes de sonrojo, rubor y estupefacción cuando los hago. No comprendo. A esa mujer que se sonroja, le doblo la edad, y ella ha tenido más vida sexual que yo en cinco vidas. ¿Quién juzga a quién? ¿No eres libre o no te sientes libre? Y si te juzgan, ¿qué? ¿Se puede vivir una vida entera en función del juicio ajeno? Chimamanda habló de misoginia, la que  últimamente y gracias a exponentes como Trump, se está aceptando abierta o públicamente. Esa permisividad es, sin duda, peligrosa, más amenazante para mujeres libres, quienes si lo ven necesario y en su defensa, tendrán que demostrar agresividad e incluso violencia cuando se sientan objetos de odio. Habrá otras que gritarán  que les oprimen y habrá quienes la opresión les convierta en verdaderas víctimas, pues no podrán ni gritar ni defenderse.

Pero volviendo al hallazgo personal de la dicotomía sexy vs sexual. Desde hace algunos años, y posiblemente por estar en un país que no es el mío, comencé a sentir curiosidad por observar a los viajeros del transporte público en los trayectos a y desde mi lugar de trabajo. Aún lo hago y creo que con la misma fascinación. Los hombres no me fascinan, las mujeres, en cambio, sí. No ellas en sí, sino la diversidad de su género, diría infinita, no sólo anatómica sino estética. Para alguien que a diario sale aseada, con la cara lavada y pelo recogido desde la adolescencia, y no con muchisimo esmero en la vestimenta, ver a una mujer con su pote, su rimel, eyeliner, peinado impecable y tacones imposibles, es casi como ver un extraterrestre. Claro que hay grados de sofisticación. Y siempre me viene el mismo pensamiento: toda esa dedicación y esfuerzo invertido en la apariencia que dura unas doce horas del día, ¿tiene alguna recompensa? ¿Aplicarán el mismo esmero en otras tareas y quehaceres nada relacionados? De nuevo, Chimamanda y su comentario sobre cuán perniciosa es la idea inoculada a las mujeres de que han de gustar, necesitan gustar. Pasada la treintena abrazo la idea con cierta desconfianza, pero se nota a la legua que no ha sido ninguna prioridad en mi vida. Y menos ahora, que no compro más cuentos de hadas. El último, de oferta, estaba defectuoso y tuve que devolverlo sin reembolso. Sólo admiten cambio por otro producto. Mientras me decido, seguiré observando desde el outsiderismo a las mujeres en el metro, haciendo caso a mi madre y aprendiendo de las citas de Chimamanda.

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