SOBRE TRIADAS CULINARIAS E IDENTIDADES DIASPÓRICAS



Hay fechas señaladas, como las que se acercan ahora de Semana Santa, en las que el sincretismo cultural hace su aparición irremediablemente en los hogares. Esto significa que las torrijas son bienvenidas, se cocinan con cariño y nostalgia, con la misma nostalgia y cariño que se acompaña  de una infusión con plantas de contriti, (“country tea”). La nueva aportación es local, la que teóricamente tiene más sentido, pues allí donde fueres, haz lo que vieres, me repetían de pequeña. No debía resistirme, pues, a los Hot Cross Buns, panecillos con pasas, ciruelas y especias, con su azucarillo en forma de cruz,  sobre todo porque se compran ya hechos. La triada culinaria es un reflejo de la voluntad  simultánea de continuidad y adaptación. Continuidad no es sinónimo de continuación; damos continuidad a algo, lo cual, como consecuencia tiene una continuación. Y damos continuidad mediante la repetición, conformando ritos y rituales, convirtiendo determinados eventos en ordinarios.




El concepto de identidad es uno de los más debatidos en discusiones  o simples conversaciones con individuos diaspóricos. Entre éstos, he conocido a gente verdaderamente obsesionada por definir su identidad, aún cuando nadie les había pedido que lo hicieran. Lo hacían en bucle, cambiando la definición aleatoriamente, como quien cambia de zapatos, acabando por inventarse un discurso personal sin ninguna lógica. El problema de definir la identidad cultural es que la cultura no es algo visible a priori. Hay una serie de preguntas que ayudan, no obstante, a  la hora de identificar la cultura de cada uno: ¿Qué celebras y cómo?, ¿qué comes habitualmente?, ¿cómo te enfadas? y ¿de qué te ríes generalmente?. Cierto es que cada vez es más complejo confiar en averiguaciones mediante dichas respuestas porque la cultura viaja, se exporta e importa y consume en forma de productos gracias a la globalización, creando sociedades transculturales donde confluyen un amalgama de culturas.  Ocurre que, aunque uno crea que es el resultado de una hibridez cultural, las culturas compiten entre sí en la identidad de un individuo, de tal forma que habrá una cultura dominante y otras presentes en minoría o subordinadas a la primera. La lucha interna de muchos individuos diaspóricos consiste en forzar su identidad de origen, para poder leerse con una identidad única y esencialista. Pero si los afrodescendientes, por ejemplo, miramos a África en la búsqueda de orígenes y/o en la búsqueda de parecidos, acabamos por recrear un imaginario, por construir una identidad africana mitad verdad, mitad invención, seleccionando lo que nos interesa o lo que mejor se amolda a nuestra ya formada personalidad. Unos tiran de lo estético, otros de lo cultural,…es como una gran mesa de buffet. Una vez  se ha generado ese sentimiento de pertenencia, se calma la ansiedad identitaria. Conclusión: podemos ser lo que queramos ser, serlo todo o no ser nada. Participar de múltiples realidades o ser, en cierto modo, ajeno a todas ellas.

Cuando escucho a Marga Mbande en su último EP, Mbande Sound (2017), cantar “Soy afrikana”, enseguida sé y entiendo que va a dar su propia definición de africana, que no tiene por qué coincidir con la mía y es, sin embargo, igual de respetable.  Ella lo hace bonito, sobre una base instrumental de dance hall ralentizado y con armonías vocales propias del  soul y r&b, canta su relato autobiográfico, canta qué cocina, canta sobre la geografía de su país de origen,  canta palabras ndowe, canta que no se debe olvidar el pasado colonial. Ella canta con todo el derecho de una jefa, como titula otro de sus temas.  Y yo escucho sin juzgar, con el oído y sobre todo y pese a ser una outsider, con el corazón.


https://open.spotify.com/track/1GRkPSCJMQ6qoo1abG4GYn


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